A menudo utilizamos palabras como: lobo, culebra, perro, cerdo, gato, rata y otras más para referirnos a las personas y más a menudo a las personas que son cercanas… ¿nos hemos detenido a pensar todo lo que implica cuando hacemos referencia, cuando adjetivamos a otro ser humano como nosotros con estas características propias de animales?.
Es muy común que lo hagamos y si, es fruto de la cultura de la repetición, pero también tenemos la capacidad divina de transformar nuestras prácticas comunicativas desde lo cotidiano, desde la casa, el barrio, el trabajo y en general todos los espacios donde nos movemos a diario.
Cuando lo hacemos, estamos desdibujando la humanidad del otr@, se nos pierden de la vista todas esas buenas cualidades que tiene el otr@, todas esas cosas que nos enseña la diferencia con el otr@ y nos alejamos demasiado de aquella sugerencia que hace ya más de dos mil años se nos hiciera: estamos hechos a imagen y semejanza del creador-@. Esta sentencia nos eleva a la categoría de Él, nos entrega todas las posibilidades para crear, y la creación se hace presente a cada instante, a cada hora, en cada palabra que enunciamos; es por esto que necesitamos hacer un esfuerzo mayor por desechar de nuestro lenguaje estas comparaciones tan crueles que se disfrazan de chiste y que hacen tanto daño a la personalidad de la gente y por ende a la humanidad.
Te has imaginado que alguien te califique como rata?, o lob@?, o cerd@?.... Piensa como se sienten los demás cuando consciente o inconscientemente le calificamos con estas categorías, con seguridad no nos gustaría para nada ser víctimas del lenguaje.
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